— ¿Polvo?
Me eché las manos a la cabeza, lo que me faltaba ahora.
— Sí, Connor. A esta mujer hace falta que le echen un buen polvo para ver si se le quita lo amargada.
— ¡Joder, Hank! ¡Cállate la maldita boca!
Y mientras miraba con absoluto desprecio al hombre mayor de pelo largo lleno de canas enfrente de mí, se desató la bomba.
— ¿Qué es echar un polvo?
“¡Oh, genial!” pensé.
Vi a Hank estamparse la mano derecha en la frente. Ahora se daba cuenta de su error.
— Búscalo, Connor. No tengo tiempo para explicártelo. —y comenzó a alejarse de allí.
— ¡No!—grité— No lo busques.
— ¿Por qué, Subteniente?
Decidí no contestarle. No valía la pena. Y mucho menos después de la mala hostia que tenía encima. Me di la vuelta, yendo por el camino contrario al de Hank. Ese viejo me las pagaría algún día.
¡No era mi maldita culpa el que mundo decidiese ponerse en mi contra! ¡Yo no tenía la culpa de que a los maniáticos les diesen por huir y a mí por correr tras ellos para atraparlos! ¡Y mucho menos tenía la culpa de que con mi torpeza –y mala suerte- me tropezase y se escapasen! Pero ¡Oh! ¡Oh sí! ¡No tenía la culpa de que mi primera reacción sea la de bajar todos los santos del cielo, maldecir al mundo y echarle la culpa de todo esto a Hank! ¡Por que sí, toda la culpa la tenía él! Si no tuviese que buscarlo a las tantas de la mañana por cada uno de los bares que suele frecuentar, tal vez, podría darme el lujo de dormir unas pocas horas más y ser una persona medianamente decente por las mañanas. Pero no. Nunca, en toda mi vida, me había gustado levantarme temprano y por ende, si por su culpa no puedo dormir… ¡lo lógico es que tenga una cara de perros a la mañana siguiente!
Sin embargo, mi cabreo no venía de no haber dormido más de dos horas por su culpa. No. Venía de que tenía la gran desfachatez de echarme en cara que mi mal humor se debiese a que me hacía falta un polvo.
¡Qué yo no tenía la culpa de que mi trabajo y él mismo, me ocupasen todas mis horas! Y además, quien querría estar con alguien que pocas, muy pocas veces estaba en casa un día entero. Que a las 12 de la noche recibiese una llamada para decirle que tenía trabajo y que buscase al Teniente Hank. Que incluso, en sus días libres, tampoco estaba por casa. Así que, ¿cuál era la solución? ¿Irme al Club Edén y alquilarme a un Androide solo para darle el gusto al imbécil de Hank? No, por supuesto que no.
Mañana es por fin mi tan ansiado día libre, y pido ¡no, ruego! Que nadie me moleste y me deje liberarme de este estrés.
— La televisión es una basura en estos tiempos. —bufé y seguí cambiando de canal.
Al rato de pasar y pasar me quedé embobada con una película. Era un romance y, por lo que había entendido hasta ahora, iba sobre una androide que se enamoraba de un humano. La película en sí estaba bien, el mensaje era correcto, pero te estaban dando a entender que ella no entendía las necesidades que él llegaba a tener. La siguiente escena era de ellos dos en la cama, enseñándole a ella otras formas de demostrar amor.
Apagué la televisión, aquello me estaba incomodando.
Suspiré y me quedé mirando el techo de mi salón desde el sofá. Mi mente comenzó a divagar, a irse, a imaginarse cosas.
Volví a suspirar. Finalmente, las palabras de Hank me habían afectado. Era humana, joder. Necesitaba el cariño de otras personas, así como también contacto. ¿Pero que podía hacer?
No quería pensar en ello, pero ahora no podía sacárseme de la cabeza. Comencé a mover las piernas, a hacer presión con los muslos. Empecé a mover mis manos por todo mi cuerpo mientras a la vez dejaba a mi mente volar.
Pasaron los minutos y la manta que me cubría comenzó a sobrarme. Hacía como -4 grados fuera, aunque era normal para aquella época del año. Seguí haciendo fricción con los muslos, estaba comenzando a sentir ese cosquilleo que te avisa de que ya es momento de que le pongas atención a esa zona en concreto. Mi mano derecha comenzó a deslizarse lenta y tortuosamente hacía allí y cuando estaba a punto de empezar con lo importante, sonó el timbre.
Abrí los ojos de golpe y fui consciente del lugar y situación. Me encontraba con la respiración acelerada, probablemente tuviera las mejillas y labios rojos y a parte de la maraña de pelo que se me había formado en la cabeza, tenía la ropa echa un desastre. Pero eh, tenía a alguien esperando en mi puerta y no muchos más segundos para reaccionar, ordenarlo todo y abrirle a quien fuese que había osado en interrumpirme en aquel momento.
Abrí la puerta.
— Hola, Subteniente.
— C-Connor— espeté con sorpresa—, ¿qué haces aquí?
— Sé que hoy es su día libre, pero desde ayer he tenido unas cuantas dudas y quería resolverlas.
— Claro, pasa pasa.
Me eché hacia un lado para que pudiese entrar. Lo guié hasta el salón y le ofrecí sentarse en el sofá. Estuve tentada en ofrecerle también algo de beber, pero me abstuve justo a tiempo por obvias razones. No es que considerase a Connor un trozo de plástico como hacía Hank, pero no quería hacerlo sentir incómodo por una estúpida costumbre que mi madre me había inculcado. Desde que la Revolución de los androides había terminado sin incidente, Connor había vuelto diciéndonos que había abierto por fin los ojos.
Hank y yo nos alegramos por él. Nosotros ya nos habíamos dado cuenta de que estaba empezando a experimentar emociones humanas, pero él se negaba una y otra vez diciendo que sus autoevaluaciones no le habían aportado indicios de divergencia. Ahora, medio año después de aquello, Connor se había deshecho del Led característico de los androides y joder, ahora me costaba un mundo descubrir en que podía estar pensando. Por lo que, justo en el momento en el que nos encontrábamos no tenía mucha idea de cómo tratarle.
— Bueno, cuéntame ¿qué pasa?
Me pareció ver que no estaba muy seguro de cómo empezar a hablar.
— Verá, desde la discusión entre usted y el Teniente…
— Vamos, Connor, no me trates de usted. Ahora no estamos en el trabajo.
Sentí que gracias a eso se había ¿relajado?
— Pues me estuve preguntando que a qué se refería el Teniente con “echar un polvo” y—dejé de mirarlo y suspiré— aunque le perseguí durante un buen rato, continuó diciéndome que lo buscase.
— Oh no, Connor, no. Dime que no lo has buscado.
— Lo siento, tenía que hacerlo, Sub… Jodie.
Comencé a frotarme la sien. Presentía que aquello no podía terminar bien.
Debido a mi falta de palabras, Connor continuó hablando.
— Parece ser que “echar un polvo” es una forma vulgar de referirse al acto sexual.
— ¿Y bien? ¿Ya está? ¿Eso es todo?¬— pregunté ante el repentino silencio. Me sorprendía lo simple que había resultado el asunto.
— Debido a que esta información no me revelaba el significado tras las palabras del Teniente, indagué un poco más en el asunto.
Oh, ingenua de mí. Nada puede ser simple si procede de Connor. Nota mental, hecha.
Al ver que ahora tenía toda mi atención, continuó:
— El acto sexual es deseado por los humanos. Parece ser que es una forma de liberar estrés. Entiendo que a eso se refería el Teniente.
— Exactamente a eso.¬— suspiré.— Bueno entonces asunto zanj-
— Pero hay algo que no entiendo.
“No, Connor, te lo suplico. No me hagas explicarte como se hacen los niños humanos.”
— ¿Cuál es la diferencia entre sexo y hacer el amor?