De acuerdo. Eso. No. Me. Lo. Esperaba. Si pudiese definir mi cara en este preciso instante sería una mezcla entre póker face y absoluta sorpresa.
— Emm…bueno…d-digamos que el sexo es eso…solo sexo, mientras que hacer el amor es algo más… ¿profundo?
“Deberían darme un premio por ‘Best Explanation Ever’.”
— A ver, como te lo explico. — me apreté la cara con ambas manos mientras pensaba— En el sexo no hay sentimientos implicados, es decir, puede ser entre dos personas conocidas, desconocidas, que estén en una relación o incluso que sean solo amigos. Pero hacer el amor es… profundo en el sentido de que hay sentimientos de por medio. Que quieres o amas a la otra persona y te preocupas por ella. Que más que recibir placer prefieres darlo y ver como la otra persona disfruta gracias a ti. — hubo un breve silencio— ¿Me has entendido?— pregunté finalmente con duda. No es que fuera una persona que supiera explicarse bien. Por algo Fowler odiaba mis informes.
Connor se llevó la mano al mentón, pensativo. Me limité a observarle en silencio, analizando su inescrutable expresión. Sentí que en ese momento debía dejarlo solo, así que me levanté a por un vaso de agua.
Me quedé pensativa apoyada en el mesado de la cocina. Entendía la curiosidad de Connor sobre el tema, pero no entendía el porqué de diferenciar entre una cosa u otra.
— Jodie.
— ¿Umm?
— Entiendo todo lo que has dicho, pero entonces, ¿por qué?
Fruncí el ceño.
— ¿Por qué, qué?
— Porqué parece que necesitas que haya sentimientos si tú misma dices que es solo sexo.
No pude responder, las palabras se quedaron a medio camino.
— Connor, no…— le di la espalda. — No es como tú crees, no podrías…
— ¿Entenderlo?—se formó un pequeño silencio— ¿Por qué? ¿Por qué soy un Androide? ¿Crees que porque soy un Androide no puedo tener sexo o no puedo hacerte el amor?
— ¿Qué?— lo encaré.
— Sé que soy nuevo en esto de los sentimientos, pero sé, que esto que siento cuando estoy contigo es lo que vosotros llamáis amor.
Sentí como posaba su mano en mi mejilla mientras finalizaba aquella frase. No sé qué demonios podría estar dándole a entender mientras lo miraba a los ojos con la boca entre abierta, intentando soltar alguna que otra frase medianamente coherente, pero, tal vez, sea lo mismo que quiere mi subconsciente.
Lo vi acercarse, lento, pero firme. Sirviéndose de su mano como excusa. Cerré los ojos cuando su nariz rozó la mía. Y me alegré cuando sus, extrañamente cálidos y suaves labios, se posaban sobre los míos.
Pasaron unos horribles y torpes segundos en los que ninguno se movió. Pero, yo, tal vez y solo tal vez, no quería terminarlo así que comencé a moverlos, lento, sintiendo como él hacía lo mismo. Llevé mis manos primero a su pecho y después, cuando aceleramos el ritmo, los crucé tras su cuello. Él por su parte, dejó su mano en mi mejilla y con la otra me acercó más a él.
Comencé a sentir la falta de oxígeno un poco antes de lo que me hubiese gustado, así que me vi obligada a distanciarme. Mantuvimos la cercanía por unos instantes, pero después me separé de él.
— Deberías dejar de comer cosas que contengan tanto azúcar, no son buenas para tu salud.
— Connor…—giró la cabeza esperando mi respuesta— deberías irte. —dije sin mirarlo.
— ¿Qué? ¿Por qué?
— ¡Porque las cosas no son tan fáciles como tú crees!
— No son fáciles porque no dejas que lo sean.
Se giró y se dispuso a irse. Lo vi rodear el sofá y maldije internamente a la vida, al mundo y, sobre todo, a él.
Corrí, corrí hasta llegar a él y lo agarré por el brazo. Él se giró y al momento lo besé. Lo besé rápido y con necesidad. No necesitó nada de tiempo en seguirme el ritmo.
“Maldito.” pensé. “Seguro que lo tenías todo malditamente planeado.”
Continuamos besándonos en medio del recibidor. Le quité la chaqueta que traía y él bajó la cremallera de la mía. Por lo que recordaba de nuestra conversación en el sofá, venía vestido de forma casual, sin el característico traje de siempre.
Cuando él me quitó la chaqueta y yo me disponía a levantarle el jersey, cesó todo movimiento.
Lo miré. En algún momento debí de haber pasado mis manos por su pelo, porque lo tenía todo desordenado al contrario de siempre. Le acaricié la mejilla por intuición mientras me fijaba en sus ojos café, esperando un porqué a esa pausa. La respuesta la encontré en sus manos, que me alzaron sin ningún esfuerzo. Crucé ambos brazos tras su cuello y afiancé mis piernas alrededor de su cadera. Comenzó a subir las escaleras al primer piso.
“¿Habrá sido capaz de buscar los planos de mi casa?” Pensé cuando llegamos a mi habitación sin haberle dicho nada en ningún momento.
Me depositó suavemente en el suelo, y sin perder tiempo, volvimos a nuestra anterior labor de besarnos. Esta vez, logré quitarle el jersey con éxito y él hizo lo mismo con el mío. Me quedé totalmente embobada con el cuerpo perfectamente esculpido que tenía. Me atreví a tocarlo, temiendo sentir el tacto del plástico. Por alguna razón, tuve exactamente la misma impresión que con sus labios. Supongo que es normal. Consciente e inconscientemente sé que no es humano y mi mente no deja de buscar pruebas que me lo confirmen. Pero no. Lo que sentí fue piel, así como el movimiento de algo dentro de su pecho. Aquello era tan sumamente real, se sentía… se sentía humano.
Lo miré a los ojos totalmente fascinada por esa idea. Mi mente acababa de aceptarlo.
Atacó mi cuello sin piedad y comenzó a avanzar. Me senté en la cama, observándolo desde abajo, así que me deslicé hacia dentro y el comenzó a acercárseme cual gato. Volvimos a besarnos y comenzar la última batalla por ver quién desvestía antes a quién.
Había ganado él. Siempre conseguía hacerlo.
Estaba totalmente entregada a las sensaciones, a sus labios que recorrían todo mi cuerpo, que en ningún momento me pregunté cómo podía estar él haciendo esto.
Y, entonces, lo sentí. Lo sentí entrar. Lo sentí llegar profundo. Y también lo sentí gemir.
Lo vi alzarse y percibí como me cogía de la cintura, pero no pude ver nada más. Cerré los ojos totalmente maravillada. Comenzó con un vaivén lento, pero certero, que me hizo arquear la espalda de placer. De un momento a otro aceleró el ritmo y se dejó caer junto a mí. Lo abracé por el cuello a la vez que me besaba, ahogando cada gemido que me arrebataba. Luego se apropió de mi cuello y me sentí volar. Comencé a gemir más fuerte, más rápido. Y él me correspondió con sus movimientos.
— ¡C-Connor!
Seguí diciendo su nombre con cada bocanada de aire, aferré mis piernas a sus caderas, dejándole bien claro que no iba a dejarlo ir. No ahora. No cuando estaba tan cerca. Entonces lo sentí. Sentí como se alzaba de nuevo, como posaba una de sus manos en mis caderas y la otra en aquel botón rosado de entre mis piernas. Entonces, reconocí mis propias palabras en aquel acto:
Más que recibir placer prefieres darlo y ver como la otra persona disfruta gracias a ti.
Y junto a él, me dejé perder en la inmensidad del cielo que se acababa de abrir ante mí.