Caminar en una noche fría sin un abrigo que le brindara, por lo menos, una vaga protección de la brisa helada, hacía a May Balance regresar la vista hacia atrás y pensar en volver a casa; pero en el mismo momento se abrazaba a sí misma frotándose los brazos en un intento de mantener el aliento, y se arrepentía.
Era tarde, y dependiendo de la hora en que despertasen sus familiares, sabía que la saldrían a buscar; si es que no había regresado antes rendida ante el frío.
Al principio pensó que solo saldría a dar un paseo para despejarse, para meditar, para encontrar una solución entre todo ese rosal de dudas que se había formado en su cabeza. Pero cada vez más, con cada paso que daba; un ruido en su cabeza la tentaba, y le decía que lo mejor para ella era alejarse, que lo mejor era perderse.
Después de la noticia que había recibido… Realmente no se encontraba bien, tenía muchas cosas en la cabeza que ahora hasta lo más absurdo era creíble. Porque si le hubieran dicho que tiene más oportunidades de ser Miss Universo a ser Coordinadora Pokémon, se lo creía. Si le hubieran dicho que Puchiena es un tipo volador, se lo creía. Si le hubiesen dicho que el mundo va a acabar en las próximas veinticuatro horas, se lo creía… a medias. Es decir… Le creyó a Bruno Mars que estaba hablando con la luna, y nunca supuso que en realidad podría estar borracho o con la LSD atravesándole la garganta.
Pero no, no era nada de eso, no le estaban lanzando mentiras ni metáforas entre canciones, y aun así era algo que no se podía creer, algo que no quería creer.
Cuando todo se desató, su madre trató de tranquilizarla mientras ella no dejaba de inclinarse hacia al frente y atrás, como si con ello, el sillón le fuera a hablar y dar una solución.
— Tranquila May.
— Pero Mamá… – Volvió su mirada a la mujer de grandes ojos verdes, incrédula de que le pidiese eso.
— Cariño, lo entiendo, pero debemos de comprender la posición de tu padre. – May quedó tranquila, su padre estaba en la otra habitación hablando por teléfono, discutiendo sobre, al parecer, un traslado.
Cambiarse de casa no era mala idea. Con todos sus viajes estaba acostumbrada a diferentes lugares y, mientras tuviese dónde mantener a sus pokémon en un ambiente apropiado, todo estaba bien de su parte. Quizá el único problema era el gimnasio. Su padre como líder tendría que dar un aviso, o dejarlo a cargo de alguien más. Si hubiese podido le habría dicho que dejase a Max, pero nunca se dio esa oportunidad. Ella, así como su hermano, en la actualidad viajaban más de lo que pasaban en casa; gracioso era saber que ya no sería así; ya no podrían continuar con su vida de siempre.
¿Por qué? Porque todo se había convertido en un desastre.
Desde que su padre llegó con la noticia de que ser un líder de gimnasio no era más que un juego, una fachada, algo que se había hecho valioso en su vida solo porque sus hijos lo veían con orgullo. Pero ya había terminado, ya no se podía mantener más.
Hasta el momento ella y su hermano habían sido ignorantes del verdadero trabajo de su padre en la Organización Mundial de Protección General, como: Agente secreto.
Y no cualquiera, estaba solo un paso más abajo después de los altos mandos. Es decir, alguien con la suficiente experiencia como para confiarle el mundo si era necesario.
Lo que aunque sonara genial, May, en su posición actual nisiquiera pudo alegrarse por ello. Es decir ¡Al fin entendía todas esas salidas por negocios! Del porqué duraban tanto tiempo, y llegaba tan rendido a dormir siestas de horas. ¡Y es que arriesgaba su vida por salvar la de otros! Eso era para sentirse todavía con un orgullo mayor al de antes. Su padre era prácticamente un héroe real. Pero ¡No! ¡Era imposible aceptarlo después de decirle que su familia estaba bajo amenaza de muerte!
¿Por qué? Realmente, su progenitor no se dio el lujo de explicarlo, solo le dijo que partirían a primera hora de la mañana a los cuarteles generales donde les asignarían un escondite resguardado.
Lo que quería decir: No más viajes, no más concursos, no más batallas, no más amigos ¡Nisiquiera una llamada!
Nada de eso le daba ni tantita gracia, eran cosas, que si no las tenía, no podía vivir, no podía ser feliz. Y casi llegó a odiarse por no comprender la posición en la que se encontraba su familia, por comenzar a actuar como una niña berrinchuda que no escucha razones. Y se sentía una idiota, de que su hermano mantuviese una reacción más comprensiva que ella, y mas serena ante la adversidad.
Una enorme e irremediable idiota.
Por eso, a mitad de la noche, cuando fueron a descansar un poco, ella decidió que quería despejarse, y que un poco de aire fresco la ayudaría. Mas, el llegar al jardín fue el único error que cometió para que su mente volcase y decidiera ir hasta la calle y seguir avanzando sin un freno que le diera peso a sus pies para que detuviese lo que estaba escogiendo de manera brusca.
Pero, al final, definitivamente era lo mejor.
Sí, era lo mejor para ella. Lo mejor si quería avanzar, si quería seguir sus sueños, si quería seguir disfrutando de su vida.
O eso pensó hasta que la adrenalina bajó y el frío la golpeó tan fuerte que añoró el cálido hogar que tenía entre los brazos de sus padres. Le dolía mucho que si decidía volver tuvieran la desilusión más grande de sus vidas.
¿Estaba haciendo bien las cosas?
Para ese momento, era ya el tercer suspiro que dejaba escapar.
Seguramente sus padres se volverían locos, más con lo que sabían que podía pasar. Pero ella nunca había estado bajo un peligro parecido, ella realmente no se sentía en peligro; porque si fuese así, la habrían atacado antes ¿No?
Y así con varios pensamientos, varias dudas, y varios volteos al camino de atrás, continúo su andanza de manera distraída, olvidando por completo que lo único que cargaba para sobrevivir eran sus pokémons. Nisiquiera un centavo para sustentar su alimentación diaria.
Al contrario todo quedó en blanco, hasta que decidió que lo mejor era regresar.
Entonces un llamado la sacó de su mundo, tan súbitamente que contestó de la misma manera.
— ¿May Balance?
— Sí. – Observó a la persona ahora frente suyo. Definitivamente no era nadie que conociera. Nisiquiera distinguía bien de quién se trataba pues su rostro era tapado por una bufanda, apenas dejando vislumbrar unos ojos que le resultaron peligrosos en medida, aún en la oscuridad de aquella noche, sin una luz suficiente para amparar su visión.
No notó cuando sacó lo más parecido a un arma, irreconocible para ella, y le apuntó, solo supo que distinguió una luz cegadora, que no se dio el tiempo de averiguar que era, y tampoco intentó siquiera escapar, simplemente se quedó ahí expectante.
Y después de sentir un peso que la jaló, ya estaba en el suelo. Adolorida por los golpes y aquel corto arrastre que vivió.
Sus ojos se cerraron con fuerza por ello y se encogió.
— ¿Eres idiota? – Escuchó. Era una voz familiar.
Abrió los ojos en un arrebato cuando espabiló y entonces no evitó dejar escapar un chillido de susto.
Primero reconoció el lugar en el que había estado segundos atrás, y del que ahora una columna de humo desprendía hasta donde lograba distinguir en el cielo. Realmente ¿Eso iba dirigido a ella? ¿Ella debería de estar en ese punto muerto dónde podía distinguir una frágil lámina de cenizas?
Y cuando su cuerpo se aligeró recordando que algo le estaba pesando desde que sintió un estrepitoso empuje; pudo reconocer al dueño de aquella voz; el cual tenía mucho tiempo sin ver y que sin su distintivo cabello verde nunca hubiese reconocido.
Ropa militar de camuflaje, unas gafas; que si estuviera en otra ocasión le darían risa de la similitud que gozaban con unas antiparras. Y un arma que simulaba a una pistola, reposando a un costado en su cinturón. Llamándole la atención lo parecida que era a la de su atacante.
¿Qué era todo eso?
— ¿Drew?
Pronunció a duras penas, pero él estaba de espaldas y lejos de tan corta onda auditiva, y más concentrado en el hombre frente a él que en ella misma.
Solo pudo tragar saliva nerviosa, despavorida, y pensar, rogar, que todo fuese un mal sueño.