Cuando Makoto llegó a su departamento, lo primero que hizo fue echarse con pesadez en el viejo sofá de la sala y resoplar sobre un cojín. Le dolían intensamente todos los huesos del cuerpo y quizás por eso nunca notó la primera señal.
— ¡Ya llegaste! —Escuchó decir. Automáticamente unos amorosos brazos rodearon su cuello y un tierno beso sonrojó su mejilla.
— ¿Qué haces aquí? —respondió como arrastrando las palabras mientras le hacía espacio suficiente a su novia para que se sentara junto a él.
—Sabía que no tendrías energía ni para moverte, así que pasé a dejarte algo de cenar.
Él se acurrucó en su regazo y permitió que ella le acariciara el pelo castaño. Eso era lo que le había hecho amarla de inmediato, su ternura, apoyo incondicional y sencillamente ser la mujer más considerara que hubiera conocido. Siempre tan pendiente de pequeños detalles que, a primera vista sin importancia, en realidad le iluminaban el día.
—Hay algo de u d o n en la cocina, lo pondré a calentar antes de irme —La joven hizo ademán de levantarse pero Makoto gruñó y se aferró a su cintura.
— ¿Ya te vas? —No le estaba viendo la cara pero sabía que debía estar sonriendo.
—Claro. No olvides que tengo guardia en el hospital —Sin decir más, se adentró a la cocina y el joven se pasó la mano por el pelo mientras escuchaba el traqueteo de las ollas— ¿Cómo te fue en la primera ronda?
—Horrible, ANBU es horrible —dijo y otra vez adivinó que ella sonreía, probablemente también pensando algo como " Te lo dije”. Sin embargo, él estaba feliz. No importaba cuantas pruebas inverosímiles y crueles tuviera que enfrentar, ANBU era el sueño más grande de su vida y por fin estaba a punto de conseguirlo—. Pero pasé a la segunda ronda.
Al escuchar eso, su novia salió de inmediato de la cocina y lo abrazó —Makoto, ¡eso es genial! Sabía que lo lograrías.
—Que bien que estabas tan segura.
—Tú también deberías estarlo. Has entrenado para esto toda tu vida, no veo por qué no te aceptarían —le dijo, logrando sacarle la primera sonrisa del día.
—Umm… bueno, todo queda en manos de nuestro supervisor ahora —suspiró, poniéndose de pie y finalmente dignándose a quitarse todo su embarrado equipo ninja. La chica aprovechó para volver a la cocina y revisar la comida.
—No puede ser tan malo para que lo digas así —Escuchó sobre el abrir y cerrar de la gaveta de los cubiertos.
—Es que ese capitán no tiene, digamos, "buena fama" — murmuró, sacándose los guantes y protectores pesadamente.
— ¿De qué hablas? ningún ANBU la tiene. ¿Cómo se llama? —curioseó la chica.
Él se encaminó a la cocina y se recostó del marco con los brazos cruzados, pensando por un momento— No estoy seguro… — Entonces, Makoto se fijó en los esfuerzos que hacía su novia, de puntillas, por alcanzar la más alta de las alacenas, esa donde guardaba los platos cóncavos y, divertido, no pudo evitar admirarla. Se veía simplemente adorable.
Caminó con cuidado hasta posicionarse detrás de ella. Era más alto y, en un movimiento que resultó demasiado sensual para tratarse de una tarea tan mundana como se suponía que fuera ayudarla a bajar el plato donde comería, le dijo al oído—: Hatake Kakashi, si no escuché mal.
En ese momento, todos los platos se vinieron abajo formando un tremendo escándalo. Makoto agradeció que fueran de plástico y se echó para atrás mientras terminaban de rebotar por el suelo— ¡Lo siento! —chilló ella disponiéndose a recoger la vajilla de inmediato.
— ¿Estás bien? —preguntó él a su vez perplejo, sin pensárselo dos veces para agacharse a su lado.
—Sí. Me tomaste por sorpresa, eso fue todo —respondió, visiblemente nerviosa y evasiva, acumulando los platos compulsivamente.
—Déjalos ahí, yo los ordenaré luego. No te molestes —agregó, casi preocupado.
—Sí, claro. En verdad lo siento, ¡qué tonta! —Sabía que había intentado reírse de sí misma pero la mueca le salió bastante extraña, a decir verdad—. Es tarde, será mejor que me vaya.
Makoto se fijó en el reloj y estuvo de acuerdo con que la chica casi salía tarde para iniciar su ronda de las 7:00 p.m., así que no opuso resistencia. A él tampoco le gustaba llegar tarde a sus deberes, después de todo.
— ¡Sakura! — llamó antes de que se perdiera tras la puerta—. Gracias por venir —Y sin más, le dedicó una tierna sonrisa que ella, aunque algo vacilante, estuvo gustosa en devolver.
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